lunes, 6 de febrero de 2012

273. Alma gemela


Debe ser maravilloso saber, que desde siempre, alguien nos fue señalado para que pudiera compartir con nosotros, nuestros sueños más acariciados y profundos.

Alguien cuyo rostro no conocíamos, hasta que lo vimos por vez primera, y supimos entonces que estábamos frente a nuestra alma gemela.

Alguien de quien hicimos ensoñaciones desde el despertar mismo de nuestra vida, y que se presentó con multifacéticos perfiles en nuestra adolescencia y en cuyos rostros pasajeros muchas veces nos confundimos, pero que sin embargo nos ayudaron finalmente a encontrar nuestra anhelada y perfecta compañía.

Alguien en quien un hada fantástica dibujo la sonrisa que soñamos, el abrazo que presentimos y las ansias que un día compartiríamos.

Debe ser maravilloso pensar que, en el cruce casi infinito de seres humanos que encontraríamos en nuestro camino, estaba ya prevista una intersección tan cierta cuanto mágica e ineludible, por la que nuestro corazón despertaría de pronto al dulce misterio del amor y sentiría la plenitud de la vida, que sólo se vive una vez, y que había ya alguien destinado a hacerlo realidad.

Alguien sobre quien no razonamos, sino que simplemente intuimos, sobre el que no sacamos porcentajes, sino que sólo quisimos darle ganancias y en el que todos nuestros activos humanos se multiplicaron impensadamente y que paradójicamente enriquecieron a ambos.

Alguien quien con solo mirarnos, no tuvo necesidad de decirnos nada; cuya lumbre maravillosa incendió nuestro corazón y al que cuando finalmente escuchamos, descubrimos que era nuestro horizonte definitivo.

Alguien que nos convirtió en el aire en el hueco de su mano y en quien habríamos de permanecer, naturalmente, como está en los jacintos el color amarillo.

Debe ser maravilloso que desde toda la eternidad una persona hubiera sido creada para nosotros; que su abecedario fuera bordado indeleblemente sobre nuestra alma y que en su sonrisa estuviera reunida toda la poesía del mundo.

Alguien con quien caminaríamos juntos hasta el ocaso; con quien disfrutaríamos de la lluvia fina y la tempestad, que haría una fiesta de cada encuentro alucinado con nosotros y tuviera la fuerza del amor con el que nuestro corazón crearía un vínculo perenne.

Alguien que no viera lo que tenemos sino lo que somos; que dibujara arco iris y estrellas sobre nuestras alas; que sintiera lo que sentimos, se apasionara con lo que nos apasiona y con el que nos comprometiéramos más allá de un "yo" y un "tu" con un "nosotros".

Alguien que aún después de treinta años nos siguiera encontrando seductores; que a pesar del tiempo no tuviera miedo al porvenir, porque sabría que estaríamos juntos; que cuidara de nuestro inexorable declive y amara cada arruga de nuestra piel, cada lunar, cada esperanza.

Alguien que no nos viera con compasión sino con amor, pasión y compromiso; que supiera disfrutar también del afecto hondo y tranquilo; que pusiera una frazada en nuestros pies si tenemos frío y tuviera en su mirada toda la ternura de que es capaz, a pesar de la artritis o el Alzheimer.

Debe ser maravilloso haber descubierto ese nuestro celeste unicornio; caminar con él entre ríos de luna, mirar estremecidos y juntos las estrellas y viajar con las manos unidas hasta allá donde el sol jamás se oculta.

Debe ser maravilloso haber encontrado y atesorado ese ser magnifico y sentir su llamado cada mañana y responder siempre sí; alguien que ame redimir nuestro hastío más tenaz y que a nuestra vez queramos mitigar el suyo; que sea el rosal florecido en el que no importan las espinas; el gozo cumplido y el destino final de todos nuestros sueños.


Y debe ser maravilloso que, más allá del tiempo y el espacio, al cruzar el umbral de la vida terrenal, sepamos distinguir entre la multitud de almas que están en la otra orilla, esa alma gemela que estará ahí, esperándonos, para demostrar así cuan grande es efectivamente la fuerza del amor, y que sintamos en nuestro espíritu inmortal en el alucinado silencio de nuestro asombro redescubierto por ese reencuentro, cuán cierto es que el amor es más fuerte que la muerte.

Rubén Núñez de Cáceres V
De su libro: Para aprender la Vida

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