sábado, 22 de noviembre de 2014

331. Algún día...

Algún día, cuando mis hijos hayan crecido lo suficiente como para entender los motivos que guían a un padre, les diré lo siguiente:

Te amaba tanto... como para preguntarte dónde ibas, con quien y a qué hora volverías a casa.

Te amaba tanto... como para insistir en que ahorraras tu dinero y te compraras tu mismo tu bicicleta, a pesar de que no hubiera sido problema que te la compráramos nosotros.

Te amaba tanto... como para quedarme callado y dejar que tu mismo descubrieras que tu nuevo amigo no te convenía.

Te amaba tanto... como para obligarte a pagar  el dulce que tomaste en  la tienda, y hacerte decirle al encargado "Ayer tomé esto y quisiera pagarle lo que le debo"

Te amaba tanto... como para estar "de guardia" en tu cuarto dos horas mientras lo limpiabas, un trabajo que, por cierto, debió haber tomado 15 minutos.

Te amaba tanto... como para permitir que vieras enojo, desilusión y lagrimas en mis ojos. Los niños deben aprender que sus padres no son perfectos.

Te amaba tanto... como para permitir que asumieras la responsabilidad de tus actos, aun cuando el precio era tal que hacia que se rompiera mi corazón.

Pero, sobre todo... te amaba tanto como para decir NO aun cuando sabia que me ibas a odiar por eso. Esas, hijo mío, fueron las batallas más difíciles de todas.

Pero estoy satisfecho de que las haya yo ganado, porque a fin de cuentas tu fuiste el que ganaste.

Y, algún día, cuando tus hijos hayan crecido lo suficiente como para entender los motivos que guían a un padre, también les dirás: 

"Te amaba yo tanto..."

Anónimo

sábado, 1 de noviembre de 2014

330. Necesitaba un Abrazo...!

Hace veinte años, yo manejaba un taxi para vivir. Lo hacía en el turno de la noche y mi taxi se convirtió en un confesionario móvil. Los pasajeros se subían, se sentaban atrás de mí en total anonimato, y me contaban acerca de sus vidas. 

Encontré personas cuyas vidas me asombraban, me ennoblecían, me hacían reír y me deprimían. Pero ninguna me conmovió tanto como la mujer que recogí en una noche de agosto.

Respondí a una llamada de unos pequeños edificios en una tranquila parte de la ciudad. Asumí que recogería a algunos saliendo de una fiesta o a un trabajador que tenía que llegar temprano a una fábrica de la zona industrial de la ciudad.

Cuando llegué a las 2:30 am el edificio estaba oscuro excepto por una luz en la ventana del primer piso.

Aunque la situación se veía peligrosa, yo siempre iba hacia la puerta. Este pasajero debe ser alguien que necesita de mi ayuda, razoné para mí. Por lo tanto caminé hacia la puerta y toqué... \"un minuto\" respondió una voz frágil. Pude escuchar que algo era arrastrado a través del piso. Después de una larga pausa, la puerta se abrió.

Una mujer pequeña de unos ochenta años se paró enfrente de mí. Llevaba puesto un vestido floreado, y un sombrero con un velo, como alguien de una película de los años 40\"s. A su lado una pequeña maleta de nylon. El departamento se veía como si nadie hubiera vivido ahí durante muchos años. Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas, no había relojes en las paredes, ninguna baratija o utensilio. En la esquina estaba una caja de cartón llena de fotos y una vajilla de cristal.

La señora repetía su agradecimiento por mi gentileza.- No es nada, -le dije-. Yo sólo intento tratar a mis pasajeros de la forma que me gustaría que mi mamá fuera tratada.

- No, estoy segura de que es un buen hijo, -dijo ella-.

Cuando llegamos al taxi me dio una dirección, entonces preguntó: - ¿Podría manejar a través del centro?

- Ese no es el camino corto,-le respondí rápidamente-.

- No importa, -dijo ella-. No tengo prisa, estoy camino del asilo.

La miré por el espejo retrovisor, sus ojos estaban llorosos.

- No tengo familia, -continuó-, el doctor dice que no me queda mucho tiempo de vida.

Tranquilamente estiré mi brazo y apagué el taxímetro.

- ¿Qué ruta le gustaría que tomara? -le pregunté-.

Por las siguientes dos horas manejé a través de la ciudad. Ella me enseñó el edificio donde había trabajado como operadora de elevadores. Manejé hacia el vecindario donde ella y su esposo habían vivido cuando ellos eran recién casados. Ella me pidió que nos detuviéramos enfrente de un almacén de muebles donde una vez hubo un salón de baile, al que ella iba a bailar cuando era joven.

Otras veces me pidió que pasara lentamente enfrente de un edificio en particular o una esquina; miraba en la oscuridad, y no decía nada. Con el primer rayo de sol apareciéndose en el horizonte, ella repentinamente dijo:

- Estoy cansada, vámonos ahora.

Manejé en silencio hacia la dirección que ella me había dado. Era un edificio bajo, como una pequeña casa de convalecencia, con un camino para autos que pasaba bajo un pórtico. Dos asistentes vinieron hacia el taxi tan pronto como pudieron. Ellos debían haber estado esperándola. Yo abrí la cajuela y dejé la pequeña maleta en la puerta. La mujer estaba lista para sentarse en una silla de ruedas.

- ¿Cuánto le debo?, -preguntó ella-, buscando en su bolsa.

- Nada, -le dije-.

- Tienes que vivir de algo, -respondió-.

- Habrá otros pasajeros, -le respondí-.

Casi sin pensarlo, me agaché y la abracé. Ella me sostuvo con fuerza, y dijo:

- ¡Oh, necesitaba un abrazo!

Apreté su mano, entonces caminé hacia la luz de la mañana. Atrás de mí una puerta se cerró, fue un sonido de una vida concluida.

No recogí a ningún pasajero en ese turno, manejé sin rumbo por el resto del día.

No podía hablar, ¿Qué habría pasado si a la mujer la hubiese recogido un conductor malhumorado o alguno que estuviera impaciente por terminar su turno?.

¿Qué habría pasado si me hubiera rehusado a tomar la llamada, o hubiera tocado el claxon una vez, y me hubiera ido?.

En una vista rápida, no creo que haya hecho algo más importante en mi vida. Estamos condicionados a pensar que nuestras vidas están llenas de grandes momentos, pero los grandes momentos son los que nos atrapan bellamente desprevenidos, en los que otras personas pensarán que sólo son pequeños momentos.

Las personas tal vez no recuerden exactamente lo que tú hiciste o lo que tú dijiste... pero siempre recordarán cómo los hiciste sentir.

Autor desconocido