No me digas lamentándote,
¡la vida no es más que un sueño vano!
Puesto que muerta está el alma que dormita
y las cosas no son lo que parecen.
¡La vida es real! ¡La vida es grave!
y la tumba no es su meta.
Polvo eres y en polvo te convertirás,
no se refería al alma.
Ni el goce, ni el pesar
son a la postre nuestro destino
es actuar para que cada amanecer
nos lleve más lejos que hoy.
El tiempo es breve y el arte es largo
y nuestros corazones, aunque bravos y valerosos,
todavía al igual que tambores sordos,
tocan marchas fúnebres hacía la sepultura.
En el extenso campo de batalla de este mundo,
en el campamento de la vida,
¡no seas como buey mudo aguijado!
¡sino héroe en el conflicto!
¡Desconfía del futuro por agradable que sea!
Deja que el pasado muerto entierre a sus muertos.
¡Actúa, actúa en el viejo presente
el corazón firme y Dios guiándote!
Las vidas de los grandes hombres nos recuerdan
que podemos sublimar las nuestras,
y al partir tras de sí dejan
sus huellas en las arenas del tiempo.
Huellas por las que quizá otro que navegue
por el solemne océano de la vida,
un hermano náufrago desolado,
al verlas, vuelva a recobrar la esperanza.
En pie y manos a la obra,
con ánimo para afrontar cualquier destino.
Logrando y persistiendo,
aprendiendo así a trabajar y a esperar.
Henry Wadsworth Longfellow
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