Afirmo decididamente que todos llevamos dentro un
niño.
No digo que sólo recordamos al niño que un día
fuimos o que añoremos hoy nuestros antiguos juegos infantiles o que nos haga
muy bien volver a jugar como lo hicimos en otros tiempos.
Es bastante más profundo.
Los 20, los 30, los 60 años que cada uno de nosotros
ha vivido no se han perdido en la nube
de los tiempos, no se diluyeron, no se esfumaron, no se fueron.
Llevamos nuestra historia a cuestas.
Tenemos todos nuestros años encima.
Por eso un hipnotizador nos puede hacer hablar o
actuar como si tuviéramos dos años o nos puede hacer gatear por el suelo como
si tuviéramos sólo algunos meses.
Entender esto es fundamental.
La edad en que yo recibí más impáctos y en la que
hice los mayores aprendizajes, fue mi infancia.
Allí puede estar aún guardado mi llanto, mi susto,
mi risa, mi confianza o mi desilusión.
Ese niño no está perdido en el misterio de los
vientos. Vive en mí. Por eso, me hace bien, muy bien viajar hacia el niño que
llevo adentro.
Es positivo realizar ese viaje para conocerlo bien y
compartir con él, para limpiar lo que se manchó, para sanar lo que aún
permanece enfermo, y para levantar lo que se pudo haber caído.
Ese niño que sonrió, balbuceó, que grabó múltiples
imágenes, que escuchó cosas importantes, que quiso jugar en cualquier
parque, que recibió tiernas caricias o que tristemente las extrañó, que gozó la
presencia de sus padres o que sintió su abandono; ese niño encantador puede
desde hoy ser salvado y rescatado.
¡Así es!
Quiero viajar hacia mi niño para saber cómo se
encuentra, qué siente, qué anhela, qué necesita, qué espera...
Lo peor que puedo hacer es silenciarlo, ignorar que
existe, o una vez más impedir que diga lo que siente.
Ahora él sabe hablar perfectamente. Él me puede
decir con total sinceridad lo que antes no me atrevía o no quería expresar muy
claramente.
Lo escucharé con la máxima atención, tendré el
valor necesario para oír su llanto o gozar con su sonrisa.
Yo mismo le responderé con todo el amor que llevo
dentro; le diré palabras tiernas; lo dejaré jugar conmigo largamente; lo
acariciaré con todo mi cariño.
Si ayer le faltó amor, hoy se lo daré con
abundancia.
Si alguien lo dañó en el pasado, sanaré en el
presente sus heridas.
Si nadie estuvo con él cuando mas lo necesitaba, yo
jamás me apartaré de su lado.
Tendrá permiso para reír, para cantar, para jugar,
para llorar o para pedir que se le escuche.
Con cuánta razón Jesús nos advirtió que es
necesario hacerse niño para poder disfrutar del Reino.
¡Qué triste es la vida de quienes acallan o no
escuchan a sus hermosos niños interiores!
Yo me preocuparé de él.
Esto no es un juego; es tal vez lo más serio de
todo lo que he dicho y de todo lo que he decidido hacer.
Autor desconocido
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